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Sábado, 16 de octubre 2021
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La carretera que discurre por el barrio leitzarra de Erreka, a apenas cien metros del límite con la guipuzcoana Berastegi fue testigo, el 24 de septiembre de 2002, de un atentado de ETA con una pancarta bomba que acabó con la vida del cabo de la Guardia Civil Juan Carlos Beiro Montes y resultaron heridos de diversa consideración otros cuatro agentes. El caso, aún sin resolver, se reabrió en diciembre del año pasado con un auto de procesamiento del último jefe militar de ETA, Mikel Karrera Sarobe, 'Ata', y de otros tres miembros de la banda terrorista Miren Itxaso Zaldua, Rubén Gelbenzu González y Jon Lizarribar. El escrito del juez de la Audiencia Nacional Ismael Moreno atribuye a los cuatro investigados la autoría de este atentado. A falta de que finalice la instrucción, se prevé que llegue a juicio en el segundo semestre de 2022.
Uno de los cuatro guardias civiles heridos comparte el relato de aquel día. Víctor López Palma, agente destinado en la Comandancia de Tráfico de Málaga disfrutaba de un permiso ordinario en Leitza, el pueblo de su mujer. «Como sé cómo funcionan las cosas por allí, -estuve cuatro años destinado en la zona y sé que no somos bien vistos en el pueblo-, compré el periódico y me fui a tomar un café a las afueras del municipio. Al llegar me llamó la atención una pancarta de plástico blanco con un tricornio en el punto de mira, la inscripción 'Gora ETA' y la frase, también en euskera, 'Guardia Civil muere aquí'». En ese momento pasó por allí el alguacil del pueblo, «le comenté lo bien elaborada que estaba aquella pancarta» y él dijo que cuando terminara unas cosas que tenía que hacer por los caseríos se pasaría por el cuartel. «Me ofrecí a llamar yo. Hablé con el jefe del puesto, me identifiqué, le dije que era compañero, dónde estaba ubicado y que les esperaba en el lugar para que supieran que era yo quien había llamado, que no era una llamada falsa», rememora. No tardó en llegar la patrulla. Cuando se bajaron del vehículo para inspeccionar el lugar, los terroristas provocaron la «explosión repentina» de 15 kilos de explosivos escondidos en una cazuela, según el relato del auto de procesamiento, y se llevaron por delante la vida del cabo Beiro.
La explosión dejó un cráter de 70 centímetros de diámetro y 40 de profundidad, causando daños en los vehículos de los guardias civiles, en el muro donde se hallaba la pancarta trampa y en las ventanas de las viviendas cercanas. «Apenas tardé unos segundos en decir al sargento: 'Soy yo el que ha llamado', saludé al cabo y estalló la bomba», explica. López estaba a dos metros de la pancarta, pero el todoterreno de la patrulla le hizo de parapeto. «Al ser blindado nos paró casi toda la onda expansiva. A mí me tiró para atrás, pero a Beiro le pillo de lleno y le explotó su propio cargador», recuerda.
Las víctimas de ETA
A. González Egaña
A. González Egaña
A. González Egaña
AINHOA MUÑOZ
Durante mucho tiempo se consideró «culpable» de la muerte del cabo. «Si no hubiera llamado y ellos no hubieran acudido, estaría vivo...», se ha repetido tantas veces. Reconoce que vivió con esa culpa durante años. «Pensé durante muchos años que debía haber muerto yo», confiesa. Sus propios compañeros se lo pusieron aún más difícil: «A mi mujer algunos le dijeron que ojalá me hubiera quedado yo en el sitio. Algunas mujeres dejaron de llamarla para tomar café, dejaron de hablarle...». Víctor López no oculta el dolor y la tristeza que le invaden cuando recuerda aquellos momentos y remarca «la valentía» de su mujer «por aguantarme durante aquellos años en los que literalmente me hundí, no podía dormir, me alteraba por cualquier ruido... Tuve que ir de psicólogo en psicólogo». Sufre perforación de tímpano y tiene restos de metralla en el cuerpo, pero lo peor es «el tema psicológico». Pasó cinco tribunales militares y le jubilaron con 37 años.
A pesar de las secuelas físicas y sobre todo psicológicas mantiene que volvería a hacer lo que hizo. Cree que si no hubiera llamado él, otra persona habría dado la alarma y la bomba habría explotado igual. Las heridas del alma pesan todavía mucho. Nunca olvidará el momento en que le dio el pésame al padre de Beiro. «Me cogió de la mano y me dijo: '¡qué suerte has tenido, hijo!'. Se me cayó el mundo encima».
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Reconoce que «no queda más remedio que seguir adelante», pero también está convencido de que si el caso se pudiera resolver, «por lo menos se cerraría un poco el duelo, aunque el daño lo tienes de por vida». Víctor López es hoy vicepresidente de la AVT y no va a dejar de intentar llegar hasta el final en este y otros casos de asesinatos de ETA sin resolver. «Saber quién fue el terrorista que acabó con la vida de Beiro e intentó matar al resto de agentes en Leitza es muy importante. Lo único que pedimos es justicia, no pedimos otra cosa. Que la persona que lo haya hecho, y de esa forma tan cobarde, pague por ello», reclama con la mirada puesta en 2022, cuando se cumplirán veinte años y se prevé que se celebre el juicio a los cuatro encausados.
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P. C. / L. C. / S. I. B., Sara I. Belled y Lidia Carvajal
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