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Sábado, 16 de octubre 2021
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A Charo Muela, la viuda de José Ignacio Ustaran, ingeniero y dirigente de UCD, secuestrado y asesinado por ETA el 29 de septiembre de hace 41 años en Vitoria, «ya casi» no le quedan esperanzas de poder esclarecer el crimen que rompió su vida para siempre. El asesinato del político gasteiztarra forma parte de la extensa lista de los 93 asesinatos cometidos en 1980, el año más sangriento del terrorismo etarra. La familia sigue sin saber quiénes fueron los autores de su muerte y reclaman su derecho a la verdad. Pese a haberlo pedido en reiteradas ocasiones, el sumario del caso, de tan solo tres folios, no llegó a manos de la familia hasta hace cuatro años, gracias a la ayuda de Covite. Los Ustaran Muela han denunciado muchas veces que tras el atentado no se investigó a conciencia. Hace tres años, en 2018, la Audiencia Nacional accedió a la petición de la familia y decidió reiniciar el sumario que había sido archivado en 1983 al no poder identificar a los tres terroristas que sacaron de su casa, encañonado, al dirigente de UCD y le pegaron un tiro en la nuca en su propio coche.
En unos días, Charo Muela podría tener alguna noticia de la Audiencia Nacional. «Me tienen que avisar para decirme algo, si lo cierran de nuevo o si no lo cierran», explica. «Todavía hoy ni sé quiénes fueron ni sé absolutamente nada», resume mientras expresa que si por algo desea que se resuelva el caso es «por mis hijos, porque ellos lo llevan con gran desasosiego interno». «Solo queremos justicia y eso es justo lo que no se ha hecho», remarca.
La noche del 29 de septiembre de 1980 una mujer llamó al timbre del domicilio familiar en Vitoria diciendo que llevaba un paquete para José Ignacio Ustaran. Charo Muela abrió y en ese momento aparecieron otros dos terroristas, pistola en mano, y entraron en el piso de la Avenida Gasteiz. La etarra se llevó a la cocina a la mujer de Ustaran junto con tres de sus hijos –la mayor de 15 años no estaba en casa– y los otros dos miembros del comando se quedaron con él. Charo Muela, concejal de UCD en el Ayuntamiento de Vitoria entre 1979 y 1980, les gritaba: «Estáis equivocados, soy yo la política». «Creía que si me llevaban a mí no se iban a atrever a matarme. En aquel momento ETA no se atrevía tanto con las mujeres, era más impopular dentro de la barbaridad», relata. «¡Que te calles!», le chillaban los terroristas mientras les empujaban a ella y a sus hijos con las armas para que se metieran dentro de la cocina.
Las víctimas de ETA
A. González Egaña
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La última imagen de José Ignacio con vida se quedó congelada en su memoria: salió de casa con los dos hombres y la mujer apuntándole con una pistola y diciéndoles que no llamaran a la Policía hasta medianoche o lo mataban. Antes de salir cortaron los cables del teléfono. En la casa se hizo un silencio aterrador. Charo Muela reaccionó enseguida y bajó corriendo a casa de un vecino para llamar por teléfono a su familia de Sevilla. Luego a su cuñado. Ellos avisaron a la Policía. Algo más de una hora después le comunicaron que lo habían encontrado muerto en el interior de su Talbot, junto a la puerta de la sede de UCD, en plena calle San Prudencio de Vitoria. Fue la primera víctima mortal del partido que presidía Adolfo Suárez.
En el vehículo donde acabaron con la vida de Ustaran aparecieron dos casquillos de bala, pese a que la víctima solo presentaba un disparo. También se halló sangre de otra persona. El sumario recoge que además de la bala que mató al dirigente de UCD, había otra en el reposabrazos del copiloto. Se cree que ese disparo, que pudo rebotar, hirió al terrorista que acabó con la vida de José Ignacio. La familia sabe por el sumario que la noche del asesinato, en un local de copas de la capital alavesa, una persona herida se apoyó en una máquina tocadiscos y dejó restos de sangre. Se tomaron muestras y se cotejaron con las aparecidas en el coche de la víctima. Aquella sangre era del grupo 0 mientras que la de Ustaran era del B. Pese a que hoy las técnicas de ADN han avanzado mucho, desconocen si aquellas pruebas recogidas en 1980 siguen existiendo.
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Los Ustaran no pueden entender que tras el atentado no se practicaran apenas diligencias «cuando se tenía que haber detenido a los autores del crimen al día siguiente». Han pasado más de cuatro décadas y sigue siendo uno de los más de 300 asesinatos de ETA sin resolver. Charo Muela cree que el esclarecimiento les daría a sus hijos y a ella «mucha paz». «Ya sabemos que no puede haber condena, pero nos reconfortaría sentir que alguien en este mundo ha hecho algo por resolverlo», asegura.
Ya casi no recuerda los rasgos de los tres terroristas que le rompieron la vida para siempre, pero si pudiera, les preguntaría: «¿Por qué? ¿Qué han adelantado con esto? En el entierro dije que ojalá fuese el último. Nadie escuchó mis palabras. ¡Todos los que ha habido después!». Charo y sus cuatro hijos dejaron Vitoria. «Se puede decir que realmente nos echaron», apunta. Hoy viven en Sevilla.
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P. C. / L. C. / S. I. B., Sara I. Belled y Lidia Carvajal
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